miércoles, 24 de julio de 2013

CAPÍTULO 1.

CAPÍTULO 1.


Seis meses después.

—Buenos días, señores Roosevelt. Me han anunciado que desean adoptar a algún pequeño de nuestro orfanato. Si lo desean, acompáñeme, les presentaré a nuestros niños.

Veía como se acercaba una pareja de adultos hasta la sala donde él se encontraba jugando. Su amigo, Jimmy, le había advertido que todas las semanas venían varios señores a recoger a niños, y que jamás volvían. Le había contado que esos señores se los comían.
Harry se sentía nervioso, temblaba sin parar, y no podía evitar sentir como los ojos se le llenaban de lágrimas cuando veía en cada señora la cara de su mamá.
—Hola, pequeño. —Sin darse cuenta la pareja se había acercado a él, y le sonreían. Algo de ellos le transmitía confianza. 
Les miró con sus grandes ojos verdes, y se frotó los ojos antes de dedicarles una sonrisa tímida.
Ambos se miraron, y asintieron.
—Le queremos a él. Es un niño muy dulce.
¿Dulce? Harry cambió su expresión, y se abrazó las rodillas con sus pequeños brazos delgados.
La pareja le miró, y le sonrieron.
—No te preocupes, cielo. Nosotros te protegeremos. No te pasará nada malo.
<<Mamá quiere protegerte…>> A Harry volvieron a llenársele los ojos de lágrimas, e intentando no expulsarlas, se mordió el labio levemente, y asintió.
—Vale.
Alzó su mano, y agarró la de la señora. Ahora se sentía mejor.


Once años después.

— ¡Harry! ¿Has subido las maletas del coche?
Jane, su madre adoptiva, le había repetido esa frase más de diez veces.  Él simplemente se había callado, y dejado que Rick, el pequeño de la familia se encargase de ordenar.
—Está bien, mamá. Ahora las subo. Espera.
Hacía dos días que se habían mudado por duodécima vez, y esperaba que esta vez fuera para siempre.
Inglaterra siempre le había gustado, era de nacionalidad inglesa, pero jamás había estado en aquella parte de Inglaterra, Doncaster.
Bajó deprisa las escaleras hasta llegar a la planta baja donde Rick, medio asfixiado, tiraba de las pesadas maletas hasta dentro.
—Déjamelas a mí, pequeñajo.
Rick lo fulminó con la mirada. Odiaba eso de pequeñajo. Tenía ya 8 años, y era, según él, un gran hombre.
Harry cargó con las maletas, de nuevo, hasta el segundo piso, dejándolas en su correspondiente sitio.
— ¡Harry!— su madre volvía  a llamarlo. — ¿Has preparado lo necesario? Mañana es tu primer día en la universidad, y tu padre y yo no queremos problemas—gritaba desde la cocina.
Quería mucho a su madre, siempre lo había tratado como a un príncipe, pero odiaba que le recordase a cada segundo que debía hacer.
—Sí, mamá. Está todo listo.
Desvió la vista hacia el portátil que se encontraba sobre el escritorio de madera de roble, y buscó su universidad.  Quería estudiar periodismo deportivo, aunque sabía que no era lo mejor.
Siempre se le había dado bien eso del deporte o, al menos, comentarlo. Le gustaba el fútbol, sobre todo.  Desde pequeño, su padre le había enseñado a jugar, y bueno, había estado federado hasta los 17 en un equipo español.
Apartó sus pensamientos, y dejó el portátil de nuevo.
Como cada noche, se tumbó en la cama, tras quitarse la camiseta, y pensó en las últimas palabras de su madre: <<Mi pequeño, mi niño… te echaré de menos>>.
A pesar de que se lo había negado, a pesar de que le prometió que iba a volver, no lo había hecho, aún así no la culpaba. Le había salvado la vida… Aún la amaba. Ella era su mamá.

Luego se quedó dormido.

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