CAPÍTULO 1.
Seis meses después.
—Buenos
días, señores Roosevelt. Me han anunciado que desean adoptar a algún pequeño de
nuestro orfanato. Si lo desean, acompáñeme, les presentaré a nuestros niños.
Veía
como se acercaba una pareja de adultos hasta la sala donde él se encontraba
jugando. Su amigo, Jimmy, le había advertido que todas las semanas venían
varios señores a recoger a niños, y que jamás volvían. Le había contado que
esos señores se los comían.
Harry
se sentía nervioso, temblaba sin parar, y no podía evitar sentir como los ojos
se le llenaban de lágrimas cuando veía en cada señora la cara de su mamá.
—Hola,
pequeño. —Sin darse cuenta la pareja se había acercado a él, y le sonreían.
Algo de ellos le transmitía confianza.
Les
miró con sus grandes ojos verdes, y se frotó los ojos antes de dedicarles una
sonrisa tímida.
Ambos
se miraron, y asintieron.
—Le
queremos a él. Es un niño muy dulce.
¿Dulce?
Harry cambió su expresión, y se abrazó las rodillas con sus pequeños brazos
delgados.
La
pareja le miró, y le sonrieron.
—No
te preocupes, cielo. Nosotros te protegeremos. No te pasará nada malo.
<<Mamá
quiere protegerte…>> A Harry volvieron a llenársele los ojos de lágrimas,
e intentando no expulsarlas, se mordió el labio levemente, y asintió.
—Vale.
Alzó
su mano, y agarró la de la señora. Ahora se sentía mejor.
Once años después.
—
¡Harry! ¿Has subido las maletas del coche?
Jane,
su madre adoptiva, le había repetido esa frase más de diez veces. Él simplemente se había callado, y dejado que
Rick, el pequeño de la familia se encargase de ordenar.
—Está
bien, mamá. Ahora las subo. Espera.
Hacía
dos días que se habían mudado por duodécima vez, y esperaba que esta vez fuera
para siempre.
Inglaterra
siempre le había gustado, era de nacionalidad inglesa, pero jamás había estado
en aquella parte de Inglaterra, Doncaster.
Bajó
deprisa las escaleras hasta llegar a la planta baja donde Rick, medio
asfixiado, tiraba de las pesadas maletas hasta dentro.
—Déjamelas
a mí, pequeñajo.
Rick
lo fulminó con la mirada. Odiaba eso de pequeñajo. Tenía ya 8 años, y era,
según él, un gran hombre.
Harry
cargó con las maletas, de nuevo, hasta el segundo piso, dejándolas en su
correspondiente sitio.
—
¡Harry!— su madre volvía a llamarlo. —
¿Has preparado lo necesario? Mañana es tu primer día en la universidad, y tu
padre y yo no queremos problemas—gritaba desde la cocina.
Quería
mucho a su madre, siempre lo había tratado como a un príncipe, pero odiaba que
le recordase a cada segundo que debía hacer.
—Sí,
mamá. Está todo listo.
Desvió
la vista hacia el portátil que se encontraba sobre el escritorio de madera de
roble, y buscó su universidad. Quería
estudiar periodismo deportivo, aunque sabía que no era lo mejor.
Siempre
se le había dado bien eso del deporte o, al menos, comentarlo. Le gustaba el
fútbol, sobre todo. Desde pequeño, su
padre le había enseñado a jugar, y bueno, había estado federado hasta los 17 en
un equipo español.
Apartó
sus pensamientos, y dejó el portátil de nuevo.
Como
cada noche, se tumbó en la cama, tras quitarse la camiseta, y pensó en las
últimas palabras de su madre: <<Mi pequeño, mi niño… te echaré de
menos>>.
A
pesar de que se lo había negado, a pesar de que le prometió que iba a volver,
no lo había hecho, aún así no la culpaba. Le había salvado la vida… Aún la
amaba. Ella era su mamá.
Luego
se quedó dormido.
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